Cuando la solución está en aprender a vivir con ello 

[…] Normalmente, la peña me pone cara rara. Yo creo que hay a partes iguales frustración, decepción y enfado. A fin de cuentas, me están pagando una pasta para que les ayude, y yo les digo que voy a acompañarles para que se lleven mejor con lo que les está haciendo sufrir o atormentando. […] 

Antes de enfrentar un problema, conviene aprender a convivir de la mejor manera posible con él. Y, curiosamente, ahí es justo donde suele estar la solución al problema. 

¿Cómo? 

Me explico. Hemos recibido una educación donde lo lógico-matemático ha sido prácticamente la única forma de comprender y enfrentar la realidad, casi como si no hubiera otra forma posible. Y eso es bueno para muchos aspectos de la vida como, por ejemplo, pagar a hacienda o sacar un 10 en los exámenes. Pero hay otro tipo de circunstancias para las que va como el culo.  

Por ejemplo, para todas esas dificultades que tienen que ver con las relaciones entre las personas o con lo que se relaciona con nuestro estado nervioso. Éste es un terreno en el que todo lo que hemos aprendido en la escuela, a través de nuestra familia o en nuestro entorno laboral, cae por su propio peso, haciéndose añicos.  

Vamos, que sólo suele servir para empeorar las cosas.  

Un ejemplo bastante claro es la paradoja con la que hemos empezado. Cuando las personas se acercan a mí, suelen hacerlo con la intención de resolver un determinado problema. Muchas veces, lo han intentado todo, o prácticamente todo, y nada les ha servido. No es raro que me digan que soy algo así como la última bala que les queda para aniquilar el monstruo que les persigue, o a sí mismas.  

Por eso, no es extraño que se frustren cuando les digo que la primera fase de nuestro trabajo va a consistir, principalmente, en aprender a vivir lo mejor posible con su problema. Aceptarlo, cuidarlo y cuidarse para que puedan sentirse lo más seguras posible. A fin de cuentas, sólo desde la seguridad van a estar en condiciones de enfrentar ese problema.  

Normalmente, la peña me pone cara rara. Yo creo que hay a partes iguales frustración, decepción y enfado. A fin de cuentas, me están pagando una pasta para que les ayude, y yo les digo que voy a acompañarles para que se lleven mejor con lo que les está haciendo sufrir o atormentando.  

Anda, pavo, esto no es lo que yo me esperaba.  

A ver si vas a ser el Llados de la educación, estafador, capullo.  

Lo que no sabe esta gente es que su problema no suele ser el síntoma que identifican, sino el sufrimiento que les genera. Un sufrimiento que les lleva, en algunos casos, a probar ansiosamente todas las soluciones posibles; a luchar como bisontes para no sufrir; o a embajonarse que lo flipas sintiéndose incompetentes, sin esperanza y una verdadera mierda.  

Y es justo este sufrimiento el que se mitiga casi instantáneamente cuando aceptan mi propuesta. Ya sabes, oye, mira, vamos a imaginar un escenario en el que el problema nunca, jamás, se pudiera resolver, y tú tuvieras que aceptarlo y aprender a vivir con ello. ¿Qué cambiaría en ti? ¿Cómo lo harías?  

No es extraño que, entonces, aparezca la tristeza. Ya sabes, esa emoción básica, que tanto duele y repudiamos, pero que tiene el superpoder de ponernos en contacto con lo que es importante tanto para nosotras y nosotros, como para las personas a quienes queremos. Y eso es un filón de oro.  

Porque la tristeza es una de las formas más seguras de enfrentar los problemas y el dolor asociado. Está íntimamente ligada a los recuerdos que nos hacen bien, los valores que dan sentido a nuestra vida, y los recursos en los que verdaderamente confiamos.  

¿Qué pasaría si supieras a ciencia cierta que tu hijo va a sufrir fracaso escolar? 

¿Qué es lo primero que harías si supieras que va a morir por consumir drogas? 

¿Qué harías para soportar la certeza de que vuestra relación está rota para siempre? 

¿Cómo explicarías a tus hijos que su padre, finalmente, se ha suicidado? 

A veces, son las preguntas que se supone que no debemos hacer, hechas en el momento y con la preparación adecuadas, las que abren las puertas que necesitamos en un triple sentido: nos permiten aceptar la realidad, regular nuestro estado de ánimo, y dar con lo que tanto nosotros como los demás verdaderamente necesitamos. Son como un puente de tres patas que comunica el síntoma con las necesidades que está expresando, y con la verdadera voluntad de los seres queridos para satisfacerlas, sin que medie el miedo, la ansiedad, la angustia o el bloqueo.  

Pero, claro, en la lógica que hemos aprendido, esto parece literalmente imposible, ¿verdad? 

En la escuela se nos enseña que hay que enfrentar el problema directamente, cara a cara, mirándole a los ojos; y que sólo hay una solución posible: la que se premia en las calificaciones. Y yo, que soy muy burro, estoy diciendo justo lo contrario: que muchos de los problemas e resuelven, hostiadedios, aprendiendo a convivir con ellos.  

Hostia, Gorka, que ya no te necesito. No sé qué ha pasado que todo ha vuelto a la normalidad. Taluego. 

¿Qué clase de brujería es ésta? 

No es magia, es resolución de problemas complejos. 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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