[…] De esta forma, la solución perpetúa el problema. Porque la persona que ha “ganado” la discusión sabe, en su fuero interno, que no ha convencido, sino que ha causado un daño. Y la culpa se suma a la angustia que ya sentía, al identificarse ahora como el malo o la mala que causa dolor a sus seres queridos. Y la persona que ha “perdido”, puede sentir que debe restaurar, lo antes posible —ya sabéis, desde la angustia— la afrenta que ha sufrido, seguramente ganando la siguiente discusión que haya en casa. Así es como se perpetúa la angustia. […]
Buenos días, a todas y todos;
Ayer fue la quinta sesión que hemos tenido juntos, y creo que ya cuento con información suficiente para lanzar una primera hipótesis acerca de lo que está pasando.
¿Os apetece escucharla?
Se trata de una primera aproximación explicativa sobre lo que ocurre. No es la única posible, ni mucho menos. De hecho, lo normal es que, a lo largo de este proceso, vayamos profundizando y alcanzando mayores y mejores cotas de complejidad; pero pienso que, de momento, nos puede servir para dar un impulso y un sentido a las sesiones, siempre y cuando vosotros estéis de acuerdo con lo que os digo.
Repito que no es mi intención imponer nada a nadie. Si alguien no está de acuerdo o cree que he errado el tiro, podemos volver a pensar sobre el asunto. Mi trabajo es ser muy flexible con estas cosas para no restaros ni un ápice de protagonismo como familia. Por eso, me voy a basar en lo que vosotros habéis dicho, y en lo que creo que son apreciaciones comunes, tratando de darles un significado que pueda ser útil y compartido.
Mi primera sensación es que, aunque a veces penséis y sintáis que estáis actuando como enemigos, tenéis un enemigo común, que es el mismo para todos vosotros. Es un enemigo sutil, difícil de identificar y de ver, que se oculta entre las sombras de vuestro estado de ánimo, pero que, ante un observador externo, como yo, puede materializarse adquiriendo una forma clara.
Me refiero a la ANGUSTIA. La angustia es una emoción que suele sentirse como una fuerte presión en la frente y, sobre todo, como una bola dura, caliente, que arde dentro del pecho. Y que nos dice y repite, hasta la saciedad, que hay que HACER ALGO INMDIATAMENTE para resolver los problemas, porque, de no ser así, estamos expuestos a la ANIQUILACIÓN o el DESASTRE.
La angustia tiene una parte buena: nos motiva a la acción. Pero también tiene una parte mala: al enfocarnos a hacer cosas, desvía nuestra atención hacia los problemas que hay en el exterior de nosotros, restándonos perspectiva. Por eso, cuando nos sentimos angustiados nos olvidamos de que los problemas suelen tener, también, otros dos componentes clave: la relación con nuestro propio sufrimiento, y con el de las personas a las que queremos.
Y malo si no los atendemos.
Por eso, si la angustia no resuelve las cosas, tiende a PERPETUARSE en el tiempo. Nos hace olvidarnos de cuidar de nuestro dolor y de cuidar el de los demás, y eso suele hacer que empeoren las cosas. Porque la angustia, además, se contagia. Es imposible estar ante una persona angustiada y permanecer tranquilo, porque nos está transmitiendo a través de su cuerpo que hay un peligro cercano e inminente que requiere una acción rápida, ahora mismo.
Quiero dejar claro que esto no habla mal de vosotros como padres, como hijos, ni como familia. En ningún caso. Os habéis visto expuestos a lo que se llama LA TRAMPA DE LA ANGUSTIA, y habéis actuado de la única manera que, hasta la fecha, os ha resultado posible: pataleando para salir de un pozo de arenas movedizas.
Pero también habéis demostrado un montón de recurso, tanto intelectuales, como emocionales y sociales, y eso me permite hacer una apuesta segura con vosotros.
Si tuviera que dar forma a esa angustia, tal y como la he percibido en vuestra casa, me viene a la cabeza un estudiante asustado porque ha perdido el hilo de la lección y, a pesar de saber que es lo mejor, no se atreve a levantar la mano, por la vergüenza que implicaría revelar su ignorancia ante sus compañeras y compañeros.
Vosotros me lo habéis contado, en casa los problemas tratan de resolverse DISCUTIENDO. Y dejadme que os diga que sois excelentes en eso 😉. Pero, cuanto más discutís, más empeoran las cosas.
El diálogo está sobrevalorado, amigos. Es una buena solución cuando dos personas se relacionan desde “el verde”, es decir, ese estado en el que se sienten seguras, cuidadas, reconocidas, conectadas con los demás, y resonando con su estado de ánimo. Pero es algo que no sirve cuando entran en relación dos personas angustiadas, que inevitablemente tratarán de instrumentalizar el diálogo para arrimar “el ascua a su sardina”, desde la sensación o sentimiento de que el otro casi necesariamente va a ser hostil contra ellas. Y no es que lo estén haciendo mal, sino que nuestra mente no puede ser otra cosa más que coherente con el estado de nuestro sistema nervioso autónomo, que es el que dicta cómo se percibe el mundo en ese momento y qué se puede esperar de las demás personas.
Ya sabéis es uno de esos “problemas de mierda”, de los que hemos hablado.
Cuando dos personas angustiadas se enfrentan en una conversación, ambas pensarán —casi inevitablemente— que la solución pasa por convencer al otro. Pero es una solución imposible, dado que el otro, también, se está protegiendo. Por eso, lo que en un principio parece buena idea, que es convencer al que está equivocado con argumentos y datos, al poco tiempo se convierte en una lucha para SOMETER AL CONTRARIO. Y, cuando una persona consigue ese objetivo, se va con la falsa sensación de que ha ganado la discusión, o de que, por fin, se ha hecho respetar, cuando lo que realmente ha pasado es justo lo contrario. Porque la persona sometida probablemente no ha cambiado de opinión, sino que ha sentido una profunda vergüenza, al sentirse expuesta en su sinrazón o ignorancia.
De esta forma, la solución perpetúa el problema. Porque la persona que ha “ganado” la discusión sabe, en su fuero interno, que no ha convencido, sino que ha CAUSADO UN DAÑO. Y la culpa se suma a la angustia que ya sentía, al identificarse ahora como el MALO o la MALA que causa dolor a sus seres queridos. Y la persona que ha “perdido”, puede sentir que debe restaurar, lo antes posible —ya sabéis, desde la angustia— la AFRENTA que ha sufrido, seguramente ganando la siguiente discusión que haya en casa. Así es como se perpetúa la angustia.
Hasta aquí, quizás —sólo quizás— estemos de acuerdo.
La pregunta que procede ahora es ¿qué podemos hacer con esto? Porque es evidente que no es fácil salir de esta “corriente de resaca”, ¿verdad?
Por mi parte, os quiero lanzar una propuesta. Es una propuesta sin grandes riesgos, pero que sólo puede reportar beneficios tangibles a largo plazo.
… A largo plazo.
Aclaro esto último porque tengo la sensación de que me estáis pidiendo soluciones rápidas, y de esas, sinceramente, no tengo. Pero, si queréis aventuraros conmigo para explorar, poco a poco, un territorio extraño tanto para vosotros como para el resto del mundo, sabed que estoy en disposición de acompañaros, con la práctica certeza de que puede serviros para encontraros mejor entre vosotros y con vosotros mismos.
Este territorio se explora con cierto compromiso para prestar la máxima atención posible —ya sabemos que toda es imposible— a los recursos, diferentes al paso a la acción, que sí os sirven para encontraros mejor ante esa reacción natural, comprensible y legítima que es la angustia, y que, ahora, seguramente, os estén pasando desapercibidos. Y con curiosidad legítima hacia lo que motiva esas transiciones de estado que he tratado de señalar y a las que he ido queriendo dar un significado. Porque lo importante está en esas pequeñas cosas que ocurren en el exterior y el interior, que nos hacen sentir un poco peor o un poco mejor, depende del momento. Especialmente en las segundas, en las que nos llevan a sentirnos más seguros, cuidados, respetados y conectados.
Pero, para ello, es imprescindible que RENUNCIEMOS —hasta donde se pueda, hasta donde se pueda…— A LA DISCUSIÓN como forma de enfrentar y resolver los problemas, aceptando que, no solo no sirve, sino que empeora las cosas. Sé que es imposible una renuncia completa, claro, pero estoy seguro de que, a nada que se perciba un esfuerzo en este sentido, va a redundar en beneficio para todos vosotros.
A partir de ahí, en nuestras sesiones, trataré de fomentar que cada uno se haga cargo de lo que lleva en su interior y, cuando no pueda sola o solo con ello, que pida ayuda a la persona que sienta que está en condiciones de acompañar lo que tiene activo dentro. Si nadie puede, seguramente sea yo quien trate de poner en valor lo que está sintiendo. Estando así, en el aquí y el ahora, percibiendo lo que sienten los demás y resonando con ello, escuchando el sentido que las otras personas dan a su comportamiento, es probable que cambie, poco a poco, la percepción de la realidad, configurando un escenario más amable para todo el mundo. En el que prime la confianza en que cada uno puede hacerse cargo solo o con ayuda de lo suyo, sin que nadie le invada con más angustia de la que puede tolerar en esos momentos.
Porque, como hemos dicho, incluso detrás de las cosas que más daño nos hacen, suele haber BUENOS MOTIVOS. Unos buenos motivos en los que no podemos confiar cuando estamos angustiados, pero sí, como babéis demostrado, cuando estáis conectados, cuidándoos entre vosotros.
A fin de cuentas, la angustia es como el miedo. Se regula bastante bien cuando no la enfrentamos solos, sino unidos.
Unidos en la misma sensación que os oprime, pero que también os ha llevado a seguir confiando en que un escenario mejor es posible. Porque, ya sabéis, el cuerpo sólo se carga de energía cuando hay esperanza.
¿Se ve?
Qué me decís.
¿Vamos por ese camino?
Lo hablamos en la siguiente sesión, ¿os parece?
Muchas gracias.
Gorka.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
