[…] Cuando una persona se mete en tu mente, con la supuesta promesa de eliminar o acompañar el dolor, lo normal es que uno permanezca en un estado alterado de conciencia, en el que la promesa de dejar de sufrir invalida el espíritu crítico o cualquier atisbo de rebelión. […]
Si algo me pone alerta, es que la gente me pida ayuda profesional.
Y no es que tenga mi sistema de neurocepción jodido —bueno, un poco sí que lo está—, sino que soy consciente de lo que, casi necesariamente, va a suceder.
Cuando una persona pide ayuda a una o un profesional en relación a un problema que le hace sufrir, queda automáticamente relegada a una posición de gran vulnerabilidad, especialmente, si la solución pasa por estimular o acompañar procesos de introspección, a saber, de explorar el propio mundo emocional.
Escucha, coño, que te va a interesar.
Tendemos a asociar la sugestión hipnótica con espectáculos esotéricos, en los que un pavo hace creerse a otra persona que es una gallina o que puede volar, pero la hipnosis no es una cualidad reservada a eruditos psicólogos o magos, sino que es algo habitual en la vida de las personas. Y, si no, preguntad a las víctimas del “cuarteto oscuro” (narcisistas, antisociales, psicópatas y profesionales con escasa empatía o formación): cuando una persona se mete en tu mente, con la supuesta promesa de eliminar o acompañar el dolor, lo normal es que uno permanezca en un estado alterado de conciencia, en el que la promesa de dejar de sufrir invalida el espíritu crítico o cualquier atisbo de rebelión.
Os aseguro que hace años no habría dicho esto, pero, por mi parte, trabajo más cómodo con las personas que elevan muros de resistencias ante mí. Sé que, si meto la pata, estarán alerta para mandarme a tomar por culo, quejarse, pasar de mí, romperme las piernas o hacérmelo saber; y que, ante una discrepancia de criterio, van a hacer lo que crean conveniente, con independencia de lo que crea o haya podido decir. Y temo profundamente y de corazón a la gente que me llega desesperada, confiando en mí como si fuera la única tabla de salvación, porque sé que probablemente entren en un trance hipnótico, en el que se pierda su voluntad y su sentido de agencia, esto es, la sensación de ser protagonistas de su propia vida y, por tanto, capaces de tomar buenas decisiones para cambiar su destino.
Y eso es lo peor que nos puede pasar.
No es extraño encontrarnos con profesionales —en los servicios sociales campan a sus anchas— que midan la calidad de su trabajo por su capacidad para influir en el comportamiento de los demás y, si me apuras, a través de las veces que han logrado que las personas a su cargo cumplan con las indicaciones que les dan. Traducido por Google: por la efectividad de sus procesos de manipulación. Y esto es sumamente preocupante, porque cuando una persona hace lo que tú le pides, invariablemente se está perdiendo algo importante. Algo que tiene que ver con el sentido que quiere dar a sus actos y a su vida, y con el valor que se da a sí misma, porque, si tiene que ceder ante alguien más competente, sabio o fuerte, ¿qué hostias dice eso de ella?
Responde tú.
Pero la mayor mierda, la M-I-E-R-D-A con mayúsculas, es que estos procesos tienden a la retroalimentación. Porque, cuando las defensas caen y aparecen las dudas sobre el propio criterio —un indicador clave de una intervención iatrogénica—, también cae la capacidad de las personas para revelarse legítimamente e interponer oposición, queja o denuncia ante la mala práctica profesional. Dejamos a la peña tan hecha mierda y con tantas dudas acerca de su propio criterio, que no es capaz de reaccionar.
Todo por el maldito trance hipnótico que hemos provocado con o sin querer.
A lo que no ayudan, en nada, los colegios profesionales, que a menudo te obligan a llevarles un huevo de simurgh o sangre de unicornio para poder presentar una queja ante una figura protegida por su corporativismo radical. Si no te lo crees, mira, por favor, cómo hay que presentar una queja ante la comisión deontológica del colegio profesional de psicólogas y psicólogos de Bizkaia, que te vas a cagar. Y preguntate, si todavía te queda cuerpo, a quién beneficia esa burocracia, ¿a las personas vulneradas o al profesional que las dañó?
A ver, coleguis, que se os ve el plumero. Que se os ve.
Estas malas prácticas tienden a autoperpetuarse a través de mecanismos intrínsecos de retroalimentación. Una basura profesional puede sentirse muy bien al conseguir que la peña haga lo que él dice, presumiendo ante colegas y supervisores; sabiendo, de antemano, que cualquier resistencia puede ser invalidada por el discurso que coloca a las personas que buscan ayuda como heridas, dañadas o incapaces de descifrar con acierto la realidad. Lo cual, le lleva a insistir en los mimos métodos, confundiendo que no haya quejas o la ausencia de constancia del daño, con la certeza de que no se haya causado daño como consecuencia de su intervención.
Pero, ¿cómo evitar este trance hipnótico y el daño que puede causar?
Evitar… no sé si se puede evitar, pero sí creo que hay diferentes recursos o estrategias para minimizar el daño que puede causar. Por ejemplo, cuando una persona llega, ciega de confianza, recuperar, validar, reconstruir, revivir, y lo que haga falta, todos los intentos de rebeldía, oposición, evasión, pelea, que en un momento dado tuvieron sentido frente a la vida y otras figuras profesionales, para que pueda disponer de ellos contra ti y a su favor.
Contra ti y a su favor.
Porque, en la interacción con los profesionales que nos tocan, solemos revivir la desesperación o la impotencia, pero también podemos reconectar con el sentido de valía y la dirección que marca un “pavo, por muy profesional que seas, cállate la jodida boca, que en lo mío el experto soy yo”.
Porque, tristemente, a veces hace falta mucha fuerza por parte de las personas a las que acompañamos para que podamos reconocer que nos hemos equivocado y que hay que cambiar nuestras hipótesis —y no te digo ya nuestro modelo— de intervención.
¿Verdad?
No te hagas la loca o el loco.
¿VERDAD?
Si alguien lo ha vivido, y se siente suficientemente segura o seguro para hacerlo, le invito a hablar.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
