La brújula de la vergüenza

[…] La vergüenza apareció en su doble versión: como fuerza que inhibe los procesos de diferenciación —o los enmarca—, pero también como brújula de incomodidad que indica la frontera fértil en la que pueden emerger fenómenos liminales, a saber, seres, experiencias, ideas, deseos… que no son posibles en el centro de nuestros mundos. […]

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La multiplicidad de la vergüenza

[…] Si hoy echo la vista atrás y me pongo en la situación que aconteció, con la tranquilidad y seguridad de la que disfruto ahora al saber que estoy en un momento más seguro, puedo ver que entraron varias “partes” en juego. Es decir, que se estableció un diálogo rápido, fulgurante, entre varios personajes que corrieron a protegerme de los supuestos peligros —¿o debería decir “amenazas”— que acontecían fuera y que ellos mismos iban provocando. […]

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El crítico interno: un encuentro que no se puede evitar

[…] El crítico interno tiene dos facetas. Por un lado, nos recuerda todas las cosas que hacemos regular o mal, llenándonos de energía para que tengamos fuerzas para enfrentar todos estos retos; pero, por otro, nos repite todo lo que hacemos especialmente bien en relación a los demás, colocándonos en un pedestal e inflando nuestro orgullo más superficial. […]

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La trampa de la validación externa

[…] Esta vergüenza tan profunda que invalida de manera tan violenta a las personas, implica un reto formidable: retomar la conexión con los demás y con uno mismo. Es decir, recuperar el sentido de pertenencia al grupo que se siente que expulsa a la persona traumatizada por no ser suficientemente valiosa, y así, recuperar el valor de una o uno mismo. […]

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Acompañando un “apagón” 

[…] Pensé, entonces, que tenía que cambiar de estrategia. Para mí, era importante que se despidiera bien de sus amigas, y que no se quedara con mal sabor de boca. Pero esa angustia que yo sentía hacia su estado —estaba sintiendo y actuando lo que ella no podía— me impedía ir por un camino mejor. […] 

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