El Guardián Silencioso de los Tiempos

[…] Tú estabas allí. Lejos y cerca a la vez, como el brillo de una estrella, que llegaba a mis ojos tras recorrer millones de años luz, diciéndome, con total claridad, que el barro se secaría, emergería la vegetación y las flores, y que llegarán mejores tiempos en los que merecería la pena vivir. […]

Sé que habitas en mí. En alguna parte. 

Lo sé porque me has ayudado mucho en el pasado, ¿recuerdas?

Estuviste presente cuando todo era gris, y apenas me podía mover. Cuando estaba profundamente aislado, y apenas se vislumbraba la esperanza de que pudiera volver a salir el sol. Cuando hacía frío, y nadie me sabía arropar. 

Tú estabas allí. Lejos y cerca a la vez, como el brillo de una estrella, que llegaba a mis ojos tras recorrer millones de años luz, diciéndome, con total claridad, que el barro se secaría, emergería la vegetación y las flores, y que llegarán mejores tiempos en los que merecería la pena vivir. 

¿Y sabes? Tenías razón. Esos tiempos llegaron. Ahora mismo, estoy aquí. Con un trabajo que me gusta, amistades que me llenan, y una familia preciosa que me hace infinitamente feliz. El aire es fresco, pero no enfría. Y el pecho se abre a una experiencia del amor que, en esos tiempos, quizás nunca hubiera esperado que fuera para mí. 

Te doy las gracias. Te las doy con todo mi corazón. Gracias por tu paciencia, por darme esperanza, por insuflar fuerzas en los momentos de flaqueza y de rebelión, pero, sobre todo, gracias por estar presente, prudente, en calma, como un guardián silencioso de mis propios tiempos, en un mundo que, a veces, puede resultar demasiado rápido y hostil. 

Porque el mundo suele ser muy cruel con la infancia y la adolescencia que se tambalea. Con las niñas, niños y adolescentes que, por lo que sea, no entran en el único cajón. Puede doler como heridas físicas, quemaduras químicas o causadas por la radiación. Y en esos momentos, cuando uno se siente a merced de la tempestad, al borde del naufragio, en una barca de remos, sin víveres, amenazado por las olas y el viento, es precioso localizar una estrella que, desde el cielo, pueda marcar algún tipo de dirección. 

Que diga, con esa seguridad tan vívida, que sólo hace falta tiempo. Y que esos tiempos son propios de cada uno, por mucho que el mundo empuje y tire de ella o de él. Que se dispone de recursos, aunque los lugares que habitamos los invaliden, y que, llegado el momento, pueden cultivarse de nuevo y florecer. Y lo que antes eran pequeñas plantas, con el tiempo, con cuidado y cariño del jardinero, pueden acabar siendo el roble formidable que ningún viento puede derribar. 

Te pido perdón por no haberte dado las gracias a tiempo. Por no haber reconocido tu valor. Por haberte provocado algo parecido a la experiencia que yo mismo tenía en esos momentos. Y reconozco, con la espada en la mano, y mi más humilde reverencia, el impacto que has tenido en mi vida, y tu fantástico poder. Gracias, Guardián Silencioso de Mis Tiempos, por haberte regalado el aire y la esperanza que necesitaba para sobrevivir. Gracias por ser el contrapeso a la exigencia del mundo, para la hostilidad de los malvados, y por ser la voz del tiempo que importa: el que, alejado de las palabras, todavía se puede sentir. 

Es verdad, temía que no fueras suficiente. Que esa luz fuera demasiado tenue, que si esperaba demasiado pudiera perderme o fracasar. Que la confianza invalidara mi lucha o mi rebelión. Pero, ahora, con la sabiduría que me da la distancia y la edad, veo con claridad tu valor, y lo que hiciste por mí. Declaro, ante el mundo, sin que me tiemble la voz, que fuiste viento que se puso a mi favor cuando ya no cabían prácticamente fuerzas para seguir. 

Y que, sin ti, seguramente yo no estaría aquí. 

Reconozco que te invoco ahora, con un doble deseo. Deseo hacer justicia, reconocerte y saldar mi deuda de agradecimiento; pero también con la necesidad que regreses, sereno, formidable, para ayudarme ahora en la relación con mi hija, haciendo lo que sabes, diciendo, sin palabras, que “sólo es cuestión de tiempo, de “tus” tiempos y de “sus” tiempos, pero que, finalmente, todo puede ir bien. 

Todo puede ir bien, porque no estamos rotos, sólo necesitamos que alguien se percate de que necesitamos otros tiempos: nuestros propios tiempos, y no los que impone una sociedad mecanizada, alejada de lo que nuestras naturalezas necesitan, que es profundamente estridente en un mundo que prioriza la velocidad. 

Maldita velocidad que, si nos unimos a ella, nos lleva a perdernos en la ilusión de crecer, cuando sólo nos hemos podido adaptar; y maldita velocidad que, si vamos por delante de ella o por detrás, nos excluye del juego, como residuos de un código que no encaja en la programación de lo supuestamente deseable, que no deja de ser una maldita imposición brutal. 

Necesito que estés, que custodies mi deseo de estar en paz, y de ver a mi hija resurgir. Que te sientes al lado, en calma, tranquilo, como sólo tú sabes hacer, de manera que, cada vez que sintamos el vacío, nos puedas decir con esa ternura que te caracteriza: “sólo necesitáis vuestro tiempo; tenéis recursos; todo va a salir bien”. 

Puede que no haga falta solucionar nada, absolutamente nada, sino, tan sólo, ofrecer un espacio calmado, caliente, sereno, hermoso, para ir construyendo, poco a poco, sin prisa, una forma de narrar la vida y organizarnos juntos y por separado en un mundo tan salvaje y hostil. 

Sea como sea, gracias. Gracias porque ahora mismo siento que, de nuevo, te acercas un poco más a nosotros. Y a mí. 

Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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