[…] Madurar como orientador familiar es aceptar que no existe manera de guiar a la infancia ni a las familias del punto A al punto B; pero tampoco hay forma de asegurarse que ese punto B sea más deseable, porque todo lo que acontece o aparece en la vida de las personas se sitúa en un contexto ecológico relacional complejo, en el que los besos y las hostias saltan de flor en flor, como abejas puestas de LSD, o como un mapache a full de RedBull con vodka. […]
A veces, pienso que el grueso de mi trabajo consiste en ayudar a crear y sostener las condiciones que permitan a las familias tener otra suerte.
Sí, hablo de suerte. Como cuando echas los dados, o cuando te juegas el sueldo en el casino.
Las educadoras y los educadores familiares promovemos directa o indirectamente la fantasía de que tenemos los recursos para conducir a las niñas, niños y adolescentes desde el punto A al punto B, como si pudiéramos asfaltar y allanar un camino en línea recta. Y nos recreamos, además, en la certeza de que el punto de llegada es mejor que el de salida, porque somos “mu pofesionales”, y tenemos una especie de bola de cristal que nos permite anticipar el futuro, sabiendo a ciencia cierta qué es lo que la peña necesita. Que pa eso hemos estudiado. ¿No?
Estos planteamientos son cojonudos para ganar clientes. La mayor parte de la peña se acerca a nosotros con mucha angustia, y se quieren adherir a un proceso que les lleve con seguridad a ese lugar mágico en el que los problemas se resuelven, y la preocupación cesa. Por eso les vendemos esta mierda, en plan, tranki, colega, coge mi mano, y verás cómo “resolvemos” juntos las cosas, que tengo estudios, y el culo pelao de casos como el tuyo.
Clinck, pase por caja, ¡siguiente!
Pero a los servicios sociales también nos encanta este modelo o mirada. Nos gusta sabernos con los recursos para “reducir los factores de riesgo” o “maximizar el bienestar de las familias”, como si supiéramos en qué consiste eso. A fin de cuentas, necesitamos una forma de justificar nuestro trabajo ante los fondos públicos, y la mejor manera es decir que somos expertos en conducir a las niñas, niños y adolescentes, y a sus familias, a un punto B, que, sin duda alguna, resulta más deseable. Por eso justificamos el curro con objetivos y con supuestos modelos de evaluación basados en ellos.
Clinck, ahora usted, señora, ¡adelante!
Madurar como orientador familiar es aceptar que no existe manera de guiar a la infancia ni a las familias del punto A al punto B; pero tampoco hay forma de asegurarse que ese punto B sea más deseable, porque todo lo que acontece o aparece en la vida de las personas se sitúa en un contexto ecológico relacional complejo, en el que los besos y las hostias saltan de flor en flor, como abejas puestas de LSD, o como un mapache a full de RedBull con vodka.
Por eso, yo suelo decir que mi trabajo no es jamás, repito, jamás, diseñar un itinerario que suene más o menos deseable, ni mucho menos acompañar a las personas para que den los pasos necesarios para recorrer ese camino. Mi curro consiste en crear y sostener las condiciones que permitan otro tipo de suerte.
¿Qué tipo de suerte? Sabe Dios, que para algunas y algunos es quien dirige esta película. Puede ser mala o buena, deseable o no, según las malditas circunstancias.
En lo que puedo ayudarte es a DESBLOQUEAR LA SUERTE (buena o mala) que has perdido por el camino. Porque cuando se sufre mucho suele ser porque las personas hemos quedado atascadas en un círculo vicioso en el que las soluciones que nuestro SNA (sistema nervioso autónomo) propone como lógicas y adecuadas, en vez de ayudar, contribuyen en el mejor de los casos a mantener el problema y, en el peor, a complicar más las cosas.
Al identificar el patrón, es relativamente fácil identificar las excepciones, es decir, los momentos en los que el sufrimiento y los síntomas no están presentes y, por tanto, reconocer los recursos de los que las personas disponen para lidiar con el sufrimiento y los problemas. Y es, justo, desde estos recursos desde los que podemos empezar a ver posibles salidas hacia la incertidumbre. Es decir, hacia ese espacio en el que no sabemos qué es lo que puede pasar, porque la suerte corre como un pollo sin cabeza, pero en la que atisbamos cierta esperanza y flexibilidad en nuestro sistema nervioso y sus respuestas.
Porque mejorar nada tiene que ver con lograr objetivos —fuck you, Llados—, sino con crear las condiciones para que la cabeza, el corazón y las tripas, puedan lidiar con suficiente flexibilidad para tomar decisiones y encajar los acontecimientos. A fin de cuentas, es ese pendular, ese fluir, el que se relaciona con la salud mental y el que ayuda a lidiar con cualquier tipo de sufrimiento.
La flexibilidad crea las condiciones para que emerja la suerte.
¿Tiramos los dados?
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Formación:
“Aplicaciones sistémicas de la teoría polivagal”. El síntoma como narrativa de dignidad y esperanza.
Para profesionales del ámbito educativo, sanitario y social.
Días 25 y 26 de Enero en Vitoria-Gasteiz: Av. Praga 8.
Horario: de 09,00 a 14,00 h.
110 euros por persona.
Contacto: jugandolavida23@gmail.com o 616 98 92 39 (Laura)
¡Fuck The System!
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
