[…] no son como las que vivimos las personas normales. Son especialmente intensas y poderosas. Tanto que una siente que peligra la propia identidad si se plegara a las exigencias del sistema: someterse a esa tarea se vive como una verdadera injusticia, como un ceder terreno ante un enemigo que amenaza al mundo y quiere destruir lo mejor de la humanidad, a saber, su amor por la verdad, la curiosidad y el disfrute del conocimiento. […]
Yo no creo que seas una vaga.
Sé que todo el mundo te lo dice, y que es un mensaje que te ha repetido tu familia y tus profesores, hasta el punto de que te has creído que es un rasgo de tu identidad, pero déjame que te diga que yo no creo que seas vaga, sino una persona muy sensible, inteligente y, en consecuencia, apasionada.
La mayor parte de la gente interpreta que ser inteligente es una bendición, es decir, un rasgo que sólo suma, pero cuando la inteligencia sobrepasa ciertos límites, implica una serie de problemas que el mundo no sabe ver, ni comprender. Por eso acaba haciendo justo lo contrario de lo que las chicas como tú necesitan y, lo que es peor, te culpa cuando las cosas no funcionan, como si fueran cosa tuya y no un error de la gente que te acompaña.
¿Te suena?
Una de las cosas que les pasa a las chicas especialmente inteligentes es que les resulta especialmente difícil aprender cosas a las que no les ven sentido, que no les resultan interesantes o que son impartidas por personas que les desagradan. El motivo es que despiertan en ellas corrientes de oposición capaces de barrer toda la motivación por la tarea.
Estas corrientes de oposición no son como las que vivimos las personas normales. Son especialmente intensas y poderosas. Tanto que una siente que peligra la propia identidad si se plegara a las exigencias del sistema: someterse a esa tarea se vive como una verdadera injusticia, como un ceder terreno ante un enemigo que amenaza al mundo y quiere destruir lo mejor de la humanidad, a saber, su amor por la verdad, la curiosidad y el disfrute del conocimiento.
Y déjame que te diga una cosa: es verdad. Repito, es verdad. A veces pienso que el sistema educativo está organizado, de los 3 a los veintipico años, para anular o someter la luz interior de tantas y tantos alumnos, a saber, ese núcleo interno capaz de iluminar una parte de la realidad, haciéndola más amable, comprensible, cálida y/o bonita. ¿Cómo? Pues en gran medida sustituyendo la curiosidad y la motivación intrínseca por objetivos, y valorando a los alumnos en la medida en que logran estandarizarse respecto al resto.
Esto es muy jodido para todos los alumnos y alumnas, claro. Pero es más fácil para quienes tienen un motor interno menos potente, porque lo terminan viendo como un mero fastidio, al contrario que tú, que lo sientes como una pérdida, un atentado contra la propia identidad o como una amenaza injusta.
Ellos sufren por la pereza, pero no esas corrientes de oposición devastadoras que les enfrentan como un ariete contra un muro de cemento. Un muro de 3 metros de grosor que no va a crecer, por mucho que se empeñen en el intento.
«No le falta capacidad, pero la niña es muy vaga», dicen.
«Hay que meterle caña para que se esfuerce y estudie más», repiten como loros.
Y una se lo acaba creyendo. Porque es verdad que hay cosas que no apetecen nada, y que otros las estudian sin problema. ¿Será que se esfuerzan más? ¿Ponen más empeño? Si es así, el problema está claro, ¿no? Soy una vaga.
Pues no.
Porque lo que no ve nadie es que la alta capacidad impone una trampa. Cuanto más se esfuerza una por aprender la materia que detesta, más siente que renuncia a su identidad y que cede a la injusticia, más se agota y menos motivación se siente para estudiar esa materia y para casi todo en la vida. Y cuanto más desmotivada está una para estudiar, más le reprocha el mundo que no lo haga, diciéndole que tiene capacidad, pero lo que pasa es una maldita vaga. Eso reafirma a la persona en su empeño de esforzarse más, en un círculo vicioso en el que a mayor esfuerzo más desmotivación, y viceversa.
Vale, pero ¿por dónde se sale?
Salir de la trampa no es fácil. Y normalmente las familias no ayudan. No es extraño que las personas adultas tengan miedo de relajar la presión, porque “a ver si la niña se relaja y se va a la mierda”. Además, al mundo adulto le cuesta mucho asumir que se ha equivocado, que ha pasado por alto cosas importantes, porque la culpa y la vergüenza que, a veces, lleva asociada, son emociones paralizantes, que pueden imponer un bloqueo que nadie quiere en un momento como éste.
Los adultos preferimos perseverar en las soluciones que empeoran las cosas, antes que enfrentarnos al vacío que implica reconocer que nos hemos equivocado.
Pero, desde mi atalaya sí que puedo ver una salida, aunque no es inmediata. Es la que suele funcionar a la gente que está en una posición como la tuya, a veces sin esperanza. Pasa por reconocer que tienes un cerebro que procesa la información de manera diferente, lo cual, implica un enorme potencial, pero también una serie de desventajas invisibles, de las que nadie se percata o se da cuenta. Y asumir, también, que hay contextos en los que ese cerebro no puede funcionar bien, porque implican formas de violencia reales, repito, reales, de las que sólo tú y los que son como tú sois conscientes. Pero que, en algún momento de la vida, esos contextos quedarán atrás abriéndose un montón de posibilidades. Sólo espero que, para entonces, sigas en contacto con esa “luz interior”, y puedas sentir cómo se expande y brilla, más allá de lo que nunca imaginaste.
Y déjame que te diga algo:
Si eso llega a pasar, será porque no renunciaste a ser de la resistencia.
Porque diste valor a esas corrientes de oposición que tanto sufrimiento te han provocado.
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
