La trampa del dolor crónico… y cierta esperanza de solución 

[…] No es extraño que, explorando con curiosidad y compasión —palabrejas que tanto uso— las sensaciones del cuerpo, uno lleve a estas personas a conectar con las sensaciones asociadas a ese dolor crónico, no para evitarlo, reducirlo o curarlo, sino para escuchar qué están pidiendo o el mensaje codificado en esa parte del cuerpo. Y ¡hostia! el dolor crónico que la medicina nunca, jamás, ha logrado doblegar, suele desaparecer como por arte de magia. ¡Puf! […] 

Llevo años trabajando con personas que sufren dolor crónico. No porque sea experto en ello, ni porque tenga formación para eso, sino porque muchas de las personas que padecen elevados niveles de sufrimiento psicosocial también sufren enfermedades a las que la medicina tradicional no consigue atribuir una causa o razón.  

Y es que la visión que tiene la medicina —al menos, de la manera como nos la cuentan a los pacientes—, tiene una visión lineal y reduccionista de estos procesos. Como norma general, se presupone que, si existe dolor, éste tiene que ser una respuesta ante una anomalía o lesión física que padece el o la paciente; y, si ésta no se encuentra, la experiencia de la persona es relegada al cajón donde se envían los padecimientos de segunda, a saber, las enfermedades mal llamadas “psicosomáticas”, que colocan a la persona que sufre en una posición delicada frente a la medicina y su entorno. Frente a la medicina, porque automáticamente es señalado como incompetente (“está loco”, o “los suyo es de cabeza”); y frente a su entorno, porque la ausencia de una explicación técnica provoca casi invariablemente diferentes niveles de incomprensión o rechazo (“está fingiendo” o “tiene mucho cuento”).  

Ojo con eso.  

El dolor es real y provoca disfunciones importantes en la persona, que debe dejar de hacer determinadas actividades y ve afectados todos los ámbitos de su vida: el trabajo, la familia, el amor, el ocio… todos.  

Hasta que llega un pavo que no sabe nada sobre el tema, y logra abrir una puerta a otra comprensión del fenómeno.  

No es extraño que, explorando con curiosidad y compasión —palabrejas que tanto uso— las sensaciones del cuerpo, uno lleve a estas personas a conectar con las sensaciones asociadas a ese dolor crónico, no para evitarlo, reducirlo o curarlo, sino para escuchar qué están pidiendo o el mensaje codificado en ese lugar del cuerpo. Y ¡hostia! el dolor crónico que la medicina nunca, jamás, ha logrado doblegar, suele desaparecer como por arte de magia. ¡Puf! 

«Coño, Gorka, no sé lo que ha pasado, pero es la primera vez en muchos años que no siento dolor.» 

Y yo me quedo fascinado, flipando pepinillos de colores, con el ojete como la boca del metro, pero no me atrevo a hacer ninguna interpretación. Soy consciente de mis carencias formativas y no quiero invadir espacios profesionales en los que no estoy cualificado, ni mucho menos, generar un daño o un perjuicio que no estoy preparado para atender.  

Pero sí que me suelo atrever a hacer algunas preguntas:  

Si revisamos los hechos, ¿qué crees tú que ha pasado? 

¿Cuál ha sido justo el momento en que has dejado de sentir dolor? ¿Qué ha ocurrido inmediatamente antes e inmediatamente después? 

¿Qué cambio implica eso respecto a lo que habitualmente haces para protegerte el dolor? 

¿De qué sientes que te está protegiendo el dolor? 

A pesar de todas las faenas que te hace, ¿qué crees que le puedes agradecer? 

Que yo no interpreto nada, oye, pero siento que es una oportunidad fantástica para recorrer un camino diferente en la exploración.  

Pero, claro, tras este tipo de intervención hay un planteamiento hipotético. No muy elaborado, bastante simplista, pero en el que igual hay algo de verdad.  

Igual, yo qué sé. Que me lo diga alguien que sepa más que yo del tema, que le pienso escuchar.  

La idea de fondo es que el dolor no responde a una lógica lineal, sino circular, y que se presenta en un formato similar al de muchos síntomas psicológicos. Es decir, que el dolor, de alguna manera responde a un determinado ciclo de retroalimentación que, en muchas ocasiones —no en todas, por supuesto— puede definirse así:  

Una sensación (emoción) queda atrapada en el cuerpo.  

Esa sensación (dolor emocional) es interpretada por el sistema nervioso autónomo como un peligro. 

El cuerpo genera una respuesta protectora (dolor, inflamación, autoinmunidad…).  

Esa respuesta somático-protectora genera más dolor.  

La persona sufre que te cagas y, en consecuencia, articula mecanismos protectores para protegerse de esas sensaciones tan desagradables.  

El cuerpo recibe el mensaje de que la conciencia y el sistema nervioso autónomo no están atendiendo debidamente el problema.  

Con lo que, lógicamente, el cuerpo genera más respuesta protectora frente al dolor.  

Esto provoca más miedo e inseguridad. Impotencia y desesperanza.  

Eso impide hacer nada con el dolor.  

La sensación queda, entonces, atrapada en el cuerpo y se vuelve al mismo ciclo de retroalimentación.  

No creo que tenga ni puta idea, pero, de ser así, esto podría explicar por qué algunas personas aquejadas de dolor crónico dejan de sufrir el mismo durante mis sesiones. Al explorar sin miedo y con honesta curiosidad lo que está ocurriendo —es decir, desde la seguridad vagal ventral— la emoción primaria se moviliza —recordad: “estar bien es pendular”— y el cuerpo recibe el mensaje de que se está atendiendo debidamente al problema, con lo que cesarían las señales (gatilladores) que indicarían que el cuerpo está en peligro, y la respuesta somático-protectora se podría relajar.  

Imagino que no he descubierto la rueda. Que habrá miles de profesionales mirando por ahí. Pero también es verdad que nunca, jamás, me he encontrado con una explicación suficientemente sencilla que me permita atender a estos procesos y, yo qué sé, igual tampoco la has encontrado tú. Por eso me veo un poco obligado a formular esta hipótesis.  

Una hipótesis que, de ser cierta, me haría cagarme en toda la medicina y en el trato que da a las personas que sufren dolor.  

Porque igual, amigas y amigos, el dolor crónico no es otra cosa que el cuerpo-mente —sí así, ambos juntitos— respondiendo de la forma que ha aprendido a protegerse del propio dolor, en un ciclo sin fin. Sin fin porque somos demasiado negligentes y estúpidos como para reconocer la complejidad en los procesos en los que interviene la mente y el cuerpo. Porque, desde Descartes, seguimos divididos entre profesiones de ciencias y de letras, como si existiera una verdadera frontera entre los dos.  

Una frontera que de diluye, de deconstruye, en la experiencia del sufrimiento físico crónico sin causa aparente. 

Una línea que me lleva a escribir este texto de mierda con miedo, no vaya a ser que alguna batita blanca se enfade porque digo lo que es obvio para los que cuidamos a las personas con dolor.  

El dolor también es una experiencia social y relacional.  

Jódete tú.  

¿Lo ves? 


* De estas cositas y de otras hablamos —con más preguntas que respuestas— en el curso “Aplicaciones sistémicas de la teoría polivagal” que ofrezco este jueves y el siguiente en formato OnLine. Más información en el primer artículo del blog.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

2 comentarios en “La trampa del dolor crónico… y cierta esperanza de solución 

  1. Soy madre de acogida y médica de familia. Casa vez veo más neurociencia en los artículos más necesarios para mí: los vinculados al trauma y la adversidad temprana, y los dedicados al dolor crónico. Hay mucho mucho escrito y divulgado por el neurólogo Arturo Goicoechea, casualidad ¡desde Vitoria también! Lee cosas en a web Goigroup. Tiene un libro que se llama nada más y nada menos «el dolor se aprende»

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