[…] Entonces, doy con la primera línea de investigación fiable. Se relaciona con el momento de la muerte. Todos los asesinados han perecido durante su proceso de transformación, en el momento justo en el que ya no son las personas normales y anodinas que fingen ser, pero tampoco los flamantes superhéroes a los que adora el mundo. […]
He tenido un sueño que ha sido la caña.
Joder que sí.
Lo apunto para que no se me olvide.
La movida es que yo era algo así como un detective que tenía que investigar una serie de trágicas muertes de superhéroes. Aparecían fiambres uno detrás de otro, y nadie podía entender qué tipo de ser demoníaco podía estar acabando con sus vidas. Así que, sabe dios quién me encargaba la tarea de descubrirlo, para que la madera posteriormente lo encerrara.
La cosa es que, asociadas a algunos casos, existían cintas de vídeo. Grabaciones cutres hechas por cámaras de seguridad en las calles o por transeúntes borrachos que habían pasado por la escena del crimen. Y ésa, junto al análisis forense de los cuerpos —tócate los huevos, moreno—, era mi mejor pista.
Mi hipótesis de partida era la que he visto en muchas películas. Un villano (o villana) resentido, poderoso y con una historia turbia asociada a las víctimas, andaba suelto por la ciudad, y estaba dando rienda suelta a su sed de venganza. Pero, poco a poco, las pistas se iban acumulando en contra de esta explicación de los acontecimientos: el método usado para acabar con las víctimas no coincidía, y las pruebas físicas y antropológicas apuntaban a la presencia de diferentes sujetos en la escena del crimen.
A ver, ¿qué hostias estaba pasando, entonces?
Entonces, doy con la primera línea de investigación fiable. Se relaciona con el momento de la muerte. Todos los asesinados han perecido durante su proceso de transformación, en el momento justo en el que ya no son las personas normales y anodinas que fingen ser, pero tampoco los flamantes superhéroes a los que adora el mundo.
Es como si el asesino les hubiera pillado en calzoncillos, con los pantalones ajustados por los tobillos. Es decir, en un momento de vulnerabilidad absoluto, asociado a una transfiguración en la que está, a la vez, presente lo que uno es y lo que disfruta de enseñar al mundo.
Tócate los huevos, Manolo.
Entonces, el sospechoso (o la sospechosa) no sólo conocía su vulnerabilidad, sino que estaba dispuesto (o dispuesta) a aprovecharla para hacer el mal, ¿no? ¿Qué comunicaba esto?
Umm, interesante. Le doy unas vueltas a la cabeza y con relativa rapidez entiendo que se tiene que tratar de una persona muy cercana a los fallecidos. Tan próxima como para conocer sus más íntimos secretos. El problema es que, por mucho que pregunto e investigo, no logro dar con alguien que ocupe ese lugar para con todas las víctimas. Sencillamente, no hay ningún vínculo social entre ellos.
Tomando un wiskey con hielo en una taberna de mala muerte, acompañado de policías corruptos, soplones y prostitutas, mi función ejecutiva se va al traste, y empiezo a pensar fuera de la caja.
¿Y su hubiera estado del todo equivocado?
¿Y si no hubiera un asesino (o asesina), sino varios?
¿Y si se tratara de un grupo organizado?
Apuro de un trago la copa y me tambaleo hacia la salida. Un mercenario armado con un kalashnikov ve la oportunidad de robarme, pero le suelto un cañonazo en la jeta y lo dejo seco. Todos me aplauden. Logro salir para que me dé el aire, y suelto la papilla agarrado a una farola.
Me despejo con el agua fría de una fuente, y dejo que la noche me inspire.
Y allí, sentado, sólo, en el frío de la madrugada, tengo una revelación que no sé cómo cuadra con todos los acontecimientos vividos, explorados y narrados durante el sueño.
… con putos todos.
¿Cómo no lo he visto antes?
Todo superhéroe, por definición, necesita un chivo expiatorio. Alguien que, por sus características personales o la historia que le caracteriza, se sitúe en las antípodas del fastuoso traje con el que se identifica, como un villano y un enemigo.
Cuando alguien se identifica con un traje que le otorga superpoderes, necesita un motivo para no quitárselo nunca. Porque es muy jodido volver a ser un mierdecilla, a entrenar sin anabolizantes, y a ser el Clark Kent en el que Louise nunca se hubiera fijado.
Lo verdaderamente perturbador es —dios mío, menudo bombazo— que la misión que los superhéroes eligen para mostrarse guapos y ciclados ante el mundo, no es un ejercicio de bondad, sino de soberbia. Una soberbia que lleva a terceros a ser señalados, identificados y exterminados como ratas, cuando su único error fue estar afectados por los acontecimientos equivocados.
A fin de cuentas, están construidos en base a una historia que contiene y expone la vulnerabilidad del superhéroe, amenazando su existencia. Porque, cuando uno ocupa el lugar de chivo expiatorio está, en el lugar perfecto no sólo para conocer los secretos más íntimos de su enemigo, sino también para sentir motivación suficiente para destruirlo.
Coño, todo cuadra.
Los villanos repudiados, sometidos y perseguidos han constituido un sindicato del crimen. Se han organizado para equilibrar la balanza de poder que tradicionalmente se inclinaba a favor de sus enemigos. Han puesto en común lo que saben y están aunando fuerzas para luchar contra ese destino impuesto. Por eso golpean en esos momentos de transición, cuando está presente lo que se es y lo que se aparenta, dejando con la muerte para siempre en evidencia a sus enemigos.
Justicia narrativa.
La venganza perfecta.
Una venganza con la que, según investigo y ato cabos, cada vez me siento más comprensivo. Porque empiezo a ver y sentir a los villanos como más humanos y bondadosos de lo que me esperaba, a pesar de la evidente crueldad de sus actos.
Y entonces, me encuentro con el dilema de qué hacer con lo que he descubierto.
¿Informo a mis superiores, con lo que ello implica para la trama?
¿Me invento otras conclusiones?
¿O me guardo el secreto?
Todo eso me lo pregunto en la cantina de mala muerte, justo antes de que —oh, sorpresa— el mercenario del Kalashnikov se siente a beber conmigo.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
