Pensamiento crítico en educación familiar: una apuesta en soledad 

[…] En consecuencia, no hay pensamiento crítico sin dolor. Pensar no es una mera actitud intelectual, sino una postura vitalista y existencial, que compromete la identidad. […] 

Voy a decirlo, y que lluevan las hostias.  

Asumir una determinada postura, por muy en contra que esté de lo que la peña pueda pensar, no es pensamiento crítico.  

Que no.  

El pensamiento crítico no tiene que ver con decir que sí o que no a una determinada cuestión, sino con percibir la infinita gama de matices que hay entre el blanco y el negro. Todos los malditos colores del arco iris.  

Pensar de manera independiente se convierte, así, en un acto de rebeldía, no en contra de “lo establecido”, sino de algo más profundo y que vertebra esta posmodernidad líquida, en la que no tenemos nada en lo que agarrarnos, ni nada en lo que creer: los PROCESOS IDENTITARIOS, a saber, lo que nos define y nos conforma como parte de un determinado grupo o una realidad específica. 

Porque el pensamiento, cuando es tal cosa y no una mímesis del gurú de turno o de lo que se supone que una o uno debe pensar, implica una agresión contra la propia tribu, cuando no cierta AUTOEXCLUSIÓN. Hay quien dice —no recuerdo quien— que pensar críticamente nos deja solas y solos, con unos niveles de angustia y dudas que son difíciles de soportar.  

En consecuencia, no hay pensamiento crítico sin DOLOR. Pensar no es una mera actitud intelectual, sino una postura VITALISTA y EXISTENCIAL, que compromete la identidad.  

Quizás sea por eso por lo que el pensamiento —bien entendido, bien jodido— es tan poco frecuente en los seres humanos. Especialmente en los que han jurado fidelidad a la academia, a través de una supuesta VOCACIÓN. Porque la vocación, a veces, no es nada más que eso, una etiqueta que otorga a las personas cierto estatus entre las y los de su profesión, colocándole un aura de santidad a cambio de comulgar con todos los axiomas y postulados que le quieran meter. Una maldita trampa, porque el reconocimiento público obliga a cotas brutales de sumisión.  

Por mi parte, estoy harto de relacionarme con profesionales que carecen de pensamiento crítico. Me la pela si piensan o no como yo, pero me gusta que la peña tenga esa capacidad de ver los matices, más allá de lo visible o evidente. Es decir, que tenga la voluntad y esté dispuesto a PAGAR EL PRECIO que implica rescatar las narrativas subyugadas al sufrimiento, defendiéndolas donde se puedan defender.  

Porque es muy fácil dorar la píldora a las personas a quienes atendemos, y luego traicionarlas, asumiendo la postura de la institución, para preservar nuestro estatus como profesionales. Un estatus que, en todo caso, está supeditado a comulgar con las mismas ruedas de molino que llevamos tragando desde hace más de 30 años, cuando surgió la acción social como una forma paternalista y vertical de caridad.  

Repito, el pensamiento crítico implica una postura vital y es un ejercicio de tolerar la soledad. Captar los matices, prestar atención a lo que ha sido invalidado, aplastado, repudiado, sólo puede enfrentarnos a los nuestros, al comprometer su cohesión y su identidad.  

Y tú, cariñito mío, ¿sientes que tienes pensamiento crítico en tu profesión? 

Ya te adelanto que yo no.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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