[…] Porque, cuando las personas que estaban friendo a sus semejantes en algo parecido a la silla eléctrica y veían que otra persona mandaba a tomar por culo a la autoridad, prácticamente el 100% se alineaban con la o el disidente, retomando la empatía o el sentido de la moralidad, negándose a continuar con el experimento. […]
La gran mentira de la democracia implica convencernos de que hace falta un consenso o, al menos, una mayoría para redirigir a un grupo.
Eso es lo que quería decir ayer, en un txoko, al calor de tercer cubata, pero no me dejaron.
No, amigas y amigos, las personas no funcionamos así. Somos más impredecibles de lo que nos agrada reconocer.
Y me resulta conmovedor que nadie lo vea, a pesar de tenerlo frente a los ojos ahora mismo. Me refiero a la entrada en política de la ultraderecha de las fake news y a la hostia que ha recibido el orden que ya considerábamos algo establecido o natural.
Estoy hasta la raja de que me salgan en redes sociales vídeos random con contenido claramente homófobo, tránsfobo, racista o machista ligado a ese partido, cuando, evidentemente, yo no consumo este tipo de contenido, ni estoy —repito, de ninguna manera— de acuerdo con el mismo. Pero, claro, a veces me he quedado con la boca abierta, flipando de las burradas que están al alcance de todo el mundo ahora.
Y si eso me pasa a mí, que toda la vida ha escrito a favor de la igualdad de todos los seres humanos, y militado expresamente contra toda esa MIERDA, que no le pasará a otras personas que incluso pueden dudar acerca de qué es lo correcto.
Y es que vivimos bajo estructuras y sistemas que confunden la curiosidad morbosa con el interés o el apoyo a un determinado producto. Y esto es un peligro nuevo. Porque el bombardeo de desinformación como resultado de flipar pepinillos en colores, puede surtir un efecto en las mentes más débiles o peor formadas. A fin de cuentas, si sólo recibo un tipo de contenido que va en la línea populista del enemigo común, el peligro que sufre nuestra cultura y el bombazo que vamos a dar en las elecciones, es que tiene que haber algo de cierto en ello.
Brazo en alto.
Hay un experimento muy famoso en psicología, entre otras cosas, porque su ética de base es cuestionable y sus conclusiones brutales, se miren como se miren: el experimento Stanley MIlgram (1961). Básicamente demostró como la mayor parte de las personas que se sienten bajo las órdenes de alguien con supuesta autoridad, pueden llegar a hacer cosas que jamás harían por decisión propia, como, por ejemplo, administrar a una persona inocente descargas eléctricas capaces de matarla, a pesar, incluso, de estar escuchando sus gritos.
Te suena, ¿verdad?
Claro, forma casi parte de la cultura pop.
Pero, lo que igual no sabes lo que pasó en relación al 8% de las personas que SE NEGARON a electrocutar a nadie. Para mí, aquí está lo verdaderamente interesante.
Porque, cuando las personas que estaban friendo a sus semejantes en algo parecido a la silla eléctrica y veían que otra persona mandaba a tomar por culo a la autoridad, prácticamente el 100% se alineaban con la o el disidente, retomando la empatía o el sentido de la moralidad, negándose a continuar con el experimento.
La mera exposición a la disidencia opera un cambio de comportamiento y en el estado de conciencia.
Sé que no se puede generalizar así, sin más. Que son lo mismo las condiciones de un laboratorio que las que nos encontramos en frente, día tras día. Pero, a mí me parece que este experimento dibuja un doble escenario, muy preocupante para la política actual, pero muy esperanzador para las sinergias que operan en mi trabajo.
Jodido para las elecciones de mañana, porque un 8% muy motivado puede cambiar el discurso de una mayoría. Sobre todo, cuando tienen el altavoz que intencionalmente o no les facilitan las redes sociales, configurando a la ultraderecha no tanto como una corriente política o de opinión, sino como una enfermedad que se ha hecho viral —nunca mejor dicho— y que nos está afectando a todas y todos. Incluso a quienes presumimos de estar sobradamente inmunizados.
Pero, también, esperanzador en mi trabajo, porque ya somos más de un 8% los que defendemos una forma más respetuosa, amable y comprensiva de tratar a personas y familias. Somos incluso más los que defendemos unos servicios sociales libres de la violencia institucional que se ha normalizado y naturalizado. Y cada vez estamos tomando mayor conciencia del impacto que tiene en nuestra profesión el hecho de mostrarnos y hacernos visibles, legitimando un discurso que, hasta la fecha, había sido ocultado y subyugado.
Pongamos en valor la importancia que tiene conquistar el algoritmo. Y me refiero a éste en sus dos sentidos posibles, como la lógica que opera en redes sociales, pero también como la mecánica que desveló S. Milgram en el 61: un 8% visible, disidente y motivado, marca la maldita diferencia.
Suerte… suerte y lo que haga falta, para mañana.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
