[…] Al principio, mis registros eran como los de todo el mundo. Apuntaba lo que había pasado para que no se me olvidara, tratando de ser lo más fiel posible a la realidad y los hechos. Pero, como sabéis, las metodologías no son neutras, sino que se basan en valores que guían nuestro trabajo y el trato que damos a las personas a quienes acompañamos. […]
Hay un profesor al que sigo mucho a través de las redes sociales. Me gusta por su mirada hacia la infancia, autocrítica, humildad y compromiso político. Trabaja en una escuela libertaria y, por tanto, es especialmente sensible todas las variables y elementos relacionados con la justicia social. Hoy hacía una reflexión y formulaba una pregunta. Veía que, cuando observaba a las niñas y los niños, su atención se iba invariablemente hacia unos, olvidándose de otros; y preguntaba a sus seguidores cómo hacían para compensar esa diferencia que, sin duda, iba a afectar a su relación con el alumnado.
Hostia, qué buena. Punto para ti, colega.
No quiero entrar como un elefante en una cacharrería, que tengo tendencia a ello. Soy consciente de las limitaciones que tiene el profesorado para hacer realidad la educación en la que confía: la burocracia, la cultura organizacional, el currículum explícito y oculto, entre otras cosas, coartan su libertad para dar a las y los escolares la educación en la que confían. Pero sí que puedo hablar de mi propia experiencia, porque me he tenido que enfrentar a lo mismo.
En nuestro caso, es decir, en el de las educadoras y educadores familiares, el problema suele ser que la atención se centra en exceso en la madre o el padre, que son con quienes más intervenimos. Gente que, por otro lado, no suele estar demasiado contenta al recibirnos porque somos, de alguna manera, una figura de control que les da donde más duele, al recordarles que algo muy chungo ha debido de pasar para estar intervenidos por los servicios de protección a la infancia.
Eso me llevaba, en muchas ocasiones, a olvidarme de las niñas y los niños. Y es lógico, porque el trato con las madres y los padres y sus mecanismos de protección me dejaba literalmente agotado, y muchas veces salía de las casas con la única voluntad de descansar apartando el tema.
El cambio llegó cuando decidí cambiar el formato de mis registros. Como otras figuras profesionales, nosotros estamos obligados a registrar el contenido de nuestras intervenciones. Es la forma de disponer de la información necesaria en caso de que se necesite.
Al principio, mis registros eran como los de todo el mundo. Apuntaba lo que había pasado para que no se me olvidara, tratando de ser lo más fiel posible a la realidad y los hechos. Pero, como sabéis, las metodologías no son neutras, sino que se basan en valores que guían nuestro trabajo y el trato que damos a las personas a quienes acompañamos.
Dándole vueltas al tarro, descubrí que ese formato no me ayudaba en nada a mí ni a las personas con quienes trabajo. Los hacía rápido, sin ganas, y muchas veces me olvidaba de las cosas verdaderamente importantes; pero lo más preocupante era que, al ser un reflejo de la realidad, indirectamente la estaba legitimando. Era como si día tras día describiera el funcionamiento de las personas, dando a entender que se iban a quedar así para siempre. Con el añadido de que me centraba en lo que los adultos hacían, decían y sentían, olvidándome de las niñas, niños o adolescentes, es decir, de las personas a quienes debería beneficiar mi trabajo.
No, oye, para colega, que así vas de culo.
Y paré. Me pregunté qué función quería que tuvieran esos registros, y me dije que lo obvio era que me ayudaran a mentalizar a la infancia. A conectar con su experiencia real, más allá de lo que activaba mis propias defensas y sesgos atencionales, poniéndome en su lugar con la información que tenía a mano.
La madre que me parió, colega, cómo no se me había ocurrido antes.
Empecé, entonces, a escribir los registros como breves cartas dedicadas a las niñas, niños o adolescentes en cuya vida me estaba entrometiendo, en palabras que pudieran entender y procesar en el caso ficticio de que vayan a leerlas. La idea no era ya recoger toda la información disponible, sino generar un compromiso con esas personas que me acerque a su realidad y a su carne, en la medida de mis posibilidades en primera persona.
«Hola, Andoni;
Hoy he estado hablando con tu padre. Me ha llamado mucho la atención ver cómo reaccionaba cuando le he propuesto hablar de ti y de tu hermana: se ha apagado como una vela. Ha sido como si todo su cuerpo se viniera abajo, dejándome con la sensación de que pasaba de mí y del trabajo que está haciendo conmigo.
Imagino que es muy difícil convivir con un padre que reacciona ante el dolor de esta manera. Si yo me he sentido así, sólo y ninguneado, imagino que tú tendrás la misma sensación a menudo, pero multiplicada por mil, porque le quieres y le necesitas fuerte, a tu lado.
Pienso que esa sensación, que lleva mucho tiempo contigo, tiene que ver con tu rechazo a ir a la escuela. Es normal, cuando uno se siente poco importante o ninguneado, es lógico que reaccione con la misma desgana y apatía. Nadie puede concentrarse en los estudios, si no siente la confianza de su familia.
Lo que me gustaría decirte hoy, y que lamento que todavía no puedas escuchar, es que esa actitud de tu padre, que te desactiva, probablemente no tenga que ver con la desgana o el desinterés, sino con todo lo contrario. Quizás me equivoque, pero cuando una persona se desconecta suele ser porque le importa demasiado lo que está pasando, hasta el punto de que todo su sistema nervioso colapsa.
Creo que es parecido a lo que te pasa a ti con la escuela. No es que no quieras ir, sino que se ha convertido en un reto tan formidable que te sobrepasa.
Pero, ¿sabes lo que de verdad me preocupa? Que yo también me estoy sintiendo impotente hacia esta situación, porque sé que me gustaría trasladarte todo esto, pero no veo la forma adecuada de hacerlo: ni el medio, ni las palabras. Y eso me está desactivando también a mí, generando probablemente tanto en ti como en tu padre más de lo mismo.
No lo sé, ¿me ayudas?
¿Qué hacemos?»
Como veis, este tipo de registros no contienen toda la información de la sesión, pero sí la más importante, con el añadido de que explícitamente se construye un compromiso de acción que da sentido a la sesión siguiente y al resto de la intervención educativa, porque yo como profesional formo parte del registro, asumiendo la responsabilidad que me toca. Lo reconozco, requieren un mayor esfuerzo; pero ahora se trata de un esfuerzo con sentido que hace mi trabajo más humano y con más sentido.
El buen trato a la infancia debería impregnar también nuestra burocracia.
¿No es cierto?
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
Gracias Gorka! Como siempre que te leo, algo se mueve y esta vez es posible que me hayas abierto un camino posible con mi hija.
Cuando trabajé en la escuela, en lugar de los «cuadriculados» informes para las familias, les escribía cartas! Cómo no lo asocié antes!!! Es más difícil ser madre… Empiezo hoy a escribir cartas a mis hijas.
Qué calma me da leerte. Gracias otra vez. Vega
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Qué bien! Me alegra mucho que el texto de haya inspirado. Te deseo mucha suerte con esa iniciativa. Gracias por compartir aquí tu idea ❤️
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