Vínculo y relaciones de ayuda en educación familiar 

[…] una relación de calidad no tiene nada que ver con el buen rollo, ni con la distancia u “objetividad” profesional. No es algo que se pueda medir, transportar o cuantificar, sino que tiene que ver con la SENSACIÓN SENTIDA DE SEGURIDAD. […] 

Alguien me preguntó hace poco cómo hacía para sostener un buen vínculo con las personas con las que trabajo. 

Es una pregunta profunda y compleja. Pero, a riesgo de quedarme corto y ser simplista, me atrevo a aventurar una respuesta. 

Pero, antes, voy a describir así, un poco cutremente y por encima, qué entiendo yo por un buen vínculo. 

Creo que lo sabéis, pero una relación de calidad no tiene nada que ver con el buen rollo, ni con la distancia u “objetividad” profesional. No es algo que se pueda medir, transportar o cuantificar, sino que tiene que ver con la SENSACIÓN SENTIDA DE SEGURIDAD. 

En este sentido, tiene que ver mucho con las relaciones de APEGO SEGURO. 

Estas relaciones no tienen que ver tanto con qué hacemos o cómo actuamos, sino con cómo nos sentimos y estamos en la relación con los demás. Con ser sensibles a las señales que la persona nos manda, interpretarlas de manera adecuada y cercana a la realidad, sentir ganas de acompañarla en su proceso, valorarla en positivo y sentir afecto hacia ella, y guiarla confiando de verdad en su capacidad para tirar hacia delante y recuperarse del daño que haya podido sufrir. 

Todo ello implica relacionarse desde la COMPASIÓN y la CURIOSIDAD. 

Quizás la palabra compasión te haya rechinado, ¿no? 

Deja, entonces, que te diga lo que significa para mí. 

Compadecerse de otra persona implica poder RESONAR empáticamente con ella. Es decir, sentir en nuestro propio cuerpo lo que ella está sintiendo, valorando esas sensaciones como una fuente fiable de información. Pero, también, saber diferenciar su experiencia de la nuestra, entendiendo que nosotras y nosotros, por muy profesionales que seamos, también tenemos picos de emotividad que comprometen nuestra FUNCIÓN EJECUTIVA y, con ella, nuestra interpretación de la realidad interpersonal. 

Para sostener una actitud compasiva, y desbordarnos lo mínimo posible, es necesario que parte de esa atención se sitúa en la persona a la que atendemos, y parte en nuestra niña o niño interior, que por muy sanos que estemos, sentirá miedo, tristeza, enfado, o lo que sea, al entrar en contacto con el TRAUMA. 

Compasión implica, entonces, una doble vía. Una atención dividida: hacia la persona a quien acompañamos, y hacia nuestra propia niña o niño interior. 

Porque, si ella o él se siente bien tratado, acompañado y protegido por el adulto que somos ahora, podrá relajarse y dejarnos fluir. Nuestras partes protectoras se desactivarán o se retirarán a un segundo plano, porque observarán un interior relajado, que no emite señales potentes que deban atender. 

Porque sólo cuando ella o él se sienten seguros, puede activarse nuestro YO ESENCIAL, esa parte que no es una parte y que nos permite relacionarnos con el resto de las personas sin necesidad de controlar, es decir, desde LOS CUIDADOS y una legítima CURIOSIDAD. 

No hace falta que lo diga, ¿verdad? Pero, a veces, es necesario reparar. 

Esta curiosidad es la única forma de ACOMPAÑAR un proceso. Ni tira ni empuja del carro, sólo se sitúa al lado para ver a dónde va, confiando en la propia capacidad del sistema interno o relacional para encontrar la respuesta que necesita y, si es preciso, sanar. 

Muchas de las personas con quienes trabajamos, al estar protegiéndose intensamente durante mucho tiempo, han perdido esa curiosidad hacia su mundo interior. Y en algunos casos, nunca la han podido disfrutar. Sin embargo, como todo el mundo, tienen una mente y un cuerpo estrechamente ligados, que se relacionan íntimamente con la mente y el cuerpo de las y los demás. Sólo si sentimos curiosidad real hacia ellos y su mundo interior, podemos estimular la curisidad hacia su propio mundo interior. 

Ni qué decir que esta actitud no la podemos sostener solas o solos. El motivo es que, como todo el mundo, cuando algo nos afecta demasiado, necesitamos el cuidado de terceros para volver a un estado de calma e integración, o para seguir sintiendo como RESPUESTAS PROTECTORAS lo que nos ha podido dañar. 

Por eso, no hay una buena intervención sin trabajo personal, ni sin una figura que nos reporte estas mismas sensaciones en el contexto de la supervisión. 

Debes experimentar íntimamente y de cerca el proceso que vas a provocar. 

Así que, si no consigues llegar a esto, no te culpes demasiado. El cerebro es, por encima de todas las cosas, una herramienta relacional, y necesita de un contexto adecuado para funcionar bien.

Referencias:

ESCUDERO, V. (2013). Guía práctica para la intervención familiar. Contextos familiares cronificados o de especial dificultad. Junta de Castilla y León.

GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta

GONZALO MARRODAN, J.L. (2015). Vincúlate: relaciones reparadoras del vínculo en niños adoptados y acogidos. Bilbao: Descleé de Brouwer

L´ECUYER, C. (2012). Educar en el asombro. Barcelona: Plataforma

RANCIÈRE, J. (2010). El maestro ignorante. 5 lecciones sobre emancipación intelectual (edición revisada). Barcelona: Laertes Educación

PORGES, S.W. (2017) Guía de bolsillo de la teoría polivagal: el poder transformador de sentirse seguro. Barcelona: Eleftheria

SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria

En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Gorka Saitua

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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