Familias acogedoras: cuando el enfado bloquea el duelo 

El enfado es muy común en los acogimientos en familia extensa, y genera mucha rigidez en todo el sistema familiar, comprometiendo una crianza terapéutica.  Puede cristalizar, y acabar siendo la principal explicación de la rigidez del sistema.

Todo se inicia con el esfuerzo que la familia acogedora asume para cuidar de unos niños o niñas, que son hijos del familiar de uno de los miembros de la pareja.

Muchas veces, además, se trata de niños o niñas vulnerados, por tanto, con respuestas protectoras y ajustes creativos que encajan mal con el estilo de vida de su nueva casa. O con dificultades de autorregulación emocional o disociativas, muy difíciles de integrar para las personas que reciben el encargo de sus cuidados.

Es lógico y normal que la familia se asuste. Porque, lo que parecía un acto de buena voluntad en la distancia, implica una verdadera crisis en todos los aspectos de su vida, con la que —por la urgencia del momento u otras razones— no habían contado.

Se enfrenta, así, la familia, a un reto formidable, en un momento crítico, cuando con menos recursos cuenta. No es extraño que recurra a las estrategias atávicas para sostener el equilibrio como, por ejemplo, la designación de un chivo expiatorio.

Ojo. Es un ajuste lógico y muy inteligente. A fin de cuentas, ellos sienten que hay una persona —normalmente el o la familiar de uno de los miembros de la pareja— que ha delegado su responsabilidad, y ahora se está pegando la “buena vida” que les ha robado a ellos.

En este contexto, no es de extrañar que aparezca el enfado. El enfado protege, y permite dejar de lado a los demás y otras emociones, para arrancar hacia delante. Además, ayuda a mejorar el vínculo de la pareja porque, al existir un enemigo en común, se refuerza la alianza entre ellos, en un momento en que el reparto de responsabilidades puede abrir muchas heridas.

Pero, además de proteger, el enfado aleja y desconecta a las personas. Y, sobre todo, bloquea o impide hacer el duelo de despedida a la vida que se ha perdido, y aceptar con la debida serenidad el nuevo esquema de funcionamiento.

En paralelo, y probablemente sin ninguna intención por parte de las figuras adultas, se expone a los niños y las niñas a una situación de riesgo. Porque, aunque traten de preservarlos del conflicto con ese “chivo expiatorio”, los peques pueden sentir que dejan de ser valiosos para las personas que cuidan de ellos porque, probablemente, sientan mucha lealtad e identificación con el progenitor [a menudo] de su mismo sexo.

Se genera, así, un conflicto secundario, entre algunos de los niños o las niñas, y las personas que cuidan de ellos. Y que los y las peques podrán resolver alineándose con sus cuidadores, con sus progenitores, a través de la evitación o el ejercicio del control, o escindiendo su forma de funcionamiento.

El “tinglado” está montado. Y a cada día que pasa se enredan más las cosas. Porque todo ese malestar lleva, indudablemente, a la familia a añorar su vida anterior, y eso activa más si cabe los mecanismos de afrontamiento que ya hemos descrito.

La mayor parte de los problemas que enfrentan las familias se pueden explicar como ajustes creativos a niveles demasiado elevados de emoción.

Urge que las y los profesionales que trabajamos con ellas y ellos ayudemos a la familia a corregular y bajar esos niveles de tensión, que limitan sus recursos, haciéndoles insistir en soluciones que les hacen daño.

Para eso, nuestro gran aliado va a ser la tristeza. La tristeza inicia y sostiene el duelo, y permite a las personas conectar con los aspectos importantes de su vida, y de las personas a quienes quieren.

Pero la tristeza se siente, también, como peligrosa. Conectar, de repente, con ella y con todas las cosas que mueve, puede resultar para todos y todas una experiencia abrumadora. La tristeza activa el miedo, y el miedo da paso a las únicas respuestas que la familia puede sentir como protectoras.

Por eso es tan importante que vayamos con tiento y con cariño, aceptando sus tiempos, e invitando a las personas, a veces juntas, y otras muchas veces por separado, a experimentar la tristeza relacionada con acontecimientos menos críticos, para que puedan sentir que es parte de la solución, y no una amenaza.

Algunas referencias: 

GONZÁLEZ, A. (2017). No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego, y la disociación: una guía para pacientes y profesionales.  

GONZALO MARRODAN, J.L. (2015) Vincúlate: relaciones reparadoras del vínculo en niños adoptados y acogidos. Bilbao: Descleé de Brouwer 

GOLEMAN, D. (1996). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós 

GUÉNARD, T. (2017). Más fuerte que el odio. Barcelona: Gedisa 

MINUCHIN, S. (2009) Familias y terapia familiar. Barcelona: Gedisa 

NARDONE, G. (2009). Psicosoluciones. Barcelona: Herder 

NARDONE, G.; GIANNOTTI, E.y ROCHI, R. (2012) Modelos de Familia. Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos. Barcelona: Herder 

RYGAARD, N. P. (2009). El niño abandonado. Barcelona: Gedisa

Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal: echa un vistazo a la Bibliografía para acceder a más referencias. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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