Crear intensidad | técnica de intervención familiar

Cuando creamos espacios donde le emoción puede surgir, crecer y se sostenerse en el tiempo, las personas empiezan a escucharse, a conectar con lo importante y reparar, conectando con sus propios recursos.

«—Entonces ¿estáis seguros? —les había preguntado si me dejaban el mando de la sesión.

—Que sí. Venga dale —dijo el chico, de 14 años.

—De acuerdo. Quiero que cerréis los ojos, y que después de hacerlo, hagáis varias respiraciones profundas. —la madre, el adolescente, la pareja de la madre y el perro miraban expectantes— No tenéis que hacer nada. Sólo escuchar y permitir que vuestro cuerpo resuene con lo que voy a decir.

Siguieron las instrucciones, y cuando sentí que su cuerpo se había relajado, empecé a hablar. Bajito, despacio, midiendo con cuidado mis palabras.

—Yo no sé nada de tu vida —dije su nombre—. Pero llevo mucho tiempo en esta profesión y sé algo sobre las personas que sufren.

—Sé que nadie elige sufrir —continué muy despacio—. Que algunas personas tienen que enfrentarse a retos más complicados que otras personas. Y que cuando estos retos son demasiados y se esfuerzan mucho por hacer bien las cosas, se sufre.

—Cuando una persona sufre —dije tras una pausa muy señalada—, normalmente no encuentra en los demás la respuesta que necesita. Entre otras razones, porque a nadie le gusta estar en contacto íntimo con las personas que sufren, porque eso hace sufrir.

Enfatizaba con el tono de voz las palabras «sufrir» y «sufrimiento».

—Lo normal es que las personas que sufren se encuentren rodeadas de oídos cerrados. Y que eso les lleve a gritar o a expresar con más fuerza que están sufriendo. Porque en el fondo desean que alguien se entere y comprenda lo que están viviendo. Pero —señalé— cuando más se esfuerzan por expresar lo que les pasa, menos escuchan los oídos que están a su lado.

—A veces, cuando un chico o una chica sufre, necesita separarse un poco de las personas a quienes quiere, para tomar aire, tranquilizarse, y reparar la relación con ellas —acababa de retornar a casa de un ingreso en un centro de acogida—. Pero esta separación les hace, si cabe, más daño. Porque deben separarse por la fuerza de las personas a quienes más quiere, en el momento en el que más lo necesita.

Empezó a llorar en silencio.

—Déjalo estar —repetí su nombre—. Vamos a respetar lo que sientes. Porque esas lágrimas están en contacto con tu parte más valiosa, la que más te conecta con la vida. Puedes con ello ¿Verdad?

—Sí —balbuceó.

—¿Te gustaría que continuara? —pregunté— ¿O prefieres que paremos?

—Continúa —y al decir «por favor» se le quebró la voz.

—Esto sólo es parte de las injusticias que soportan las personas que sufren —seguí—. Porque aunque las personas que sufren desean que ese sufrimiento sea sólo suyo, normalmente acaban haciendo daño a los demás. A veces sale de ellos un grito o un vómito que no pueden controlar, y eso asusta a los demás, que discuten sobre qué necesita o cómo le pueden ayudar.

La madre empezó a emocionarse en silencio. Había abierto los ojos y miraba a su hijo con ternura.

—Entonces, los chicos o chicas que sufren, se sienten peor. Porque la gente empieza a mirarlos como un problema, y no como una persona a quien se desea acompañar —madre e hijo rompieron a llorar.

Hicimos una breve pausa hasta que se recompusieron y sentí que podía continuar.

—Entonces las personas que sufren empiezan a sentirse más solas —recalqué la palabra—. Y aparecen un montón de psicólogas, educadoras, psiquiatras, que empiezan a poner etiquetas y a hacer diagnósticos, olvidándose de más importante. Que esas personas están sufriendo y que ese sufrimiento es precioso porque es fruto de su deseo de hacer las cosas bien ¿os suena?

—Porque si algo caracteriza a las personas que sufren, es que son mucho más sensibles al sufrimiento de los demás. Lo que pasa es que el dolor ajeno les hace sentir tan mal que empiezan a hacer las cosas a lo loco, sin pensar —la madre me miraba con los ojos como platos, emocionada—.

Paré un buen rato.

—Pero hay una cosa que no saben los chicos y las chicas que sufren —retomé—. Que aunque pueden sufrir mucho, llegará un momento en el que su todas esas emociones se puedan ordenar. Y entonces, ese chico o chica que sufre podrá dar sentido a ese sufrimiento y ponerlo a disposición de la gente que le importa. Porque las personas que han sufrido y que se han hecho cargo se su sufrimiento son las más valiosas para los demás.

—Podéis abrir los ojos.

—Cuando he hablado, habéis estado pensando en él —le señalé— ¿verdad?

Asintieron.

—Pero aquí todos nosotros hemos sufrido. Quizás deberíamos preguntarnos si también somos valientes y capaces, como él, de poner nuestro sufrimiento al servicio de los demás. —volví a mirarle mientras lloraba compungido— ¿Nos ayudas, por favor?»


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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